El Deber de la Amistad

23.07.2024

Es común escuchar que los amigos «caben en los dedos de una mano», o que «amigos de verdad, si hay dos o tres en la vida, es mucho». Crecí con esos refranes en mi cultura, y seguramente tú también escuchaste algunos parecidos en tu infancia y el resto de tu vida.


La amistad es un mensaje ambiguo, por lo menos en América Latina. Culturalmente escuchamos lo que acabo de comentarte sobre ese exceptisismo hacia el hecho de considerar a otro «amigo», y del lado contrario del río conseguimos un sinfín de mensajes positivos, e incluso extremos sobre el valor de la amistad y lo importante que es valorarla, disfrutarla.

Tenemos por un lado una sociedad que habla que dos o tres amigos a lo largo de la vida (es decir, que no a todos los conoceremos al mismo tiempo) es mucho, pero por otro lado tenemos infinidad de posts en redes con fotos de cuatro o cinco personas riendo a carcajadas en un día de parque, brincando a contraluz en la playa o abrazándose a la salida de la universidad. Entonces, ¿podemos o no tener más de dos o tres amigos? ¿Le asignamos o no un dedo de nuestra mano a cada amigo, arriesgándonos a que se acaben los dedos y nos quedemos sin cupos en nuestro corazón?

Preguntémonos: ¿cuál es la verdad? La respuesta está en Isaías 41:8, en la exquisita manera en que Dios llama a Abraham «amigo». Allí está la verdad.

No tenemos amigos porque sean mejores que nosotros. Abraham jamás podría haber sido —al igual que nosotros— mejor que Dios. No tenemos amigos porque necesitamos consejos, y ellos deben saber más. Abraham jamás podría dar —al igual que nosotros— un consejo al Dios Omnisciente. No tenemos amigos porque necesitemos compañía. Dios, después de Abraham, pudo seguir siendo Dios en la Tierra sin él. No tenemos amigos porque ellos tengan «algo» que darnos. Tenemos amigos, porque somos amigos.

La amistad tiene que ver con nuestra identidad y no con nuestra actitud reactiva hacia algo o alguien. La amistad no depende del otro, depende de ti, y tampoco es un vínculo físico, es decir, que depende de la proximidad. La amistad es una accesibilidad a nuestra vida. Es por esto que la amistad no es recíproca; el amor tampoco lo es.

Entonces, ¿de quién somos amigos, ¿quién merece nuestra amistad?, ¿quién es capaz de regresar exactamente lo mismo que damos, si nadie es idéntico a nadie? Todos damos cosas únicas, porque todos somos únicos.

La Biblia nos habla de que amemos a todos, y que con todos busquemos la paz (Romanos 12), así que el código de la amistad parte de dar, ofrecer nuestra vida a quien la necesita. Ser accesibles, dar confianza a otros, hacernos vulnerables a ser traicionados por cualquiera. Dar amistad es lo que Dios hace con nosotros.

Él nos entrega su amor (es decir, se entrega a sí mismo), entrega su fidelidad, entrega sus expectativas esperando lo mejor de cada uno, entrega su Espíritu a quien se lo pide (que es su más dulce tesoro), y todo esto sabiendo que él no puede recibir lo mismo de nosotros mientras vivamos en esta Tierra, porque es un hábitat de pecado donde fallaremos con toda certeza y seguridad.

Somos amigos de Dios no porque seamos confiables #NivelDios, como dice una tendencia juvenil en redes sociales. Somos amigos de Dios porque él es traicionable, es decir, es a prueba de traición. Es inofendible (a prueba de ofensas). Es Dios imperdible, jamás nos desechará, porque él también se entregó a nosotros, así que una vez que lo tenemos por fe, por medio de Jesucristo, no podemos perderlo aunque seamos desleales y despreciables. La fe en Cristo nos permite poseer a Dios.

Él es digno de toda confianza, porque no conoce traición dentro de sí. Es absolutamente fiel. Él es amigo.

Esta posición de Dios ante la amistad desenmascara a Satanás en la cara de la cultura que nos ha enseñado que «amigos verdaderos, dos o tres y es mucho», que «los verdaderos amigos caben en los dedos de una mano», que «¡amigo el ratón del queso!», como si la amistad tuviese que evitar las traiciones, cuando es exactamente lo contrario. Ofrecemos amistad para que una persona pueda contar con alguien después de equivocarse. Ofrecemos amistad porque es uno de los más altos y potentes lenguajes de la gracia. Por esto, la amistad, al igual que la gracia, es inmerecida.

La amistad de Dios es cultura de Reino, y dice a la cultura del mundo: ¡no es cierto! La amistad es un deber tuyo y un derecho de los demás; así como es tu derecho recibirla de quienes les has fallado, y de quienes no también.

Nos separa de la amistad los prejuicios y falsos derechos. Tenemos deberes cristianos, y uno de ellos es darnos sin medida a otros, como a nosotros mismos. Esto quiere decir, que dar amistad, en realidad, da libertad. ¡Te hace libre, y lleno de placer en Dios!

Ten tantos amigos como puedas, que todos puedan decir «él, ella, es mi amigo, yo puedo confiarle mi vida y buscarle al necesitarle. Yo puedo disfrutar a su lado el brillo del sol. Él, ella, me escucha, sabe amarme, me perdona cuando fallo».

La amistad se trata de qué tanta gente puede asegurar, sin miedo a ser descartada, que contigo puede fallar. La amistad no es sólo calidad de vida, es cantidad de vidas bendecidas por ti.

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar